Hay despedidas que no se anuncian con tristeza, sino con gratitud, y esta ocasión es una de ellas. Conversamos con el Mtro. Juan Carlos Gómez Ríos, quien, tras nueve años como vicerrector en La Salle Pachuca (y 30 desde que inició su historia en la Universidad), cierra un ciclo lleno de aprendizajes, transformaciones y vínculos entrañables.

Se despide con emociones encontradas. Alegría por todo lo que logró y compartió, pero también con la nostalgia inevitable de quien deja un lugar que ha sido más que un espacio de trabajo. Dice sentirse profundamente agradecido por todo lo vivido y aunque reconoce que cerrar ciclos siempre duele un poco, su mirada está llena de esperanza, emocionado por el nuevo camino que comienza, convencido de que todo lo vivido lo prepara para lo que viene.

Su historia con La Salle Pachuca no inicia en una oficina ni dando cátedra. Comienza en la cancha, cuando apenas era estudiante de preparatoria y representaba a la institución jugando futbol. Aquella experiencia no solo le enseñó el valor del trabajo en equipo y el orgullo de portar el nombre de la Universidad, sino que sembró las primeras semillas del lasallismo en su vida. Desde entonces entendió que ser parte de la comunidad La Salle Pachuca iba más allá de lo académico: era una forma de mirar el mundo, de acompañar a otros y construir desde lo colectivo.

Más adelante, al asumir la dirección de la Facultad de Ciencias Humanas, pudo reunir todas las piezas de su identidad: la del estudiante y la del profesor. Esto le permitió ver a la comunidad con una doble sensibilidad: la de quien conoce las aulas desde dentro y la de quien entiende lo que implica tomar decisiones que pudieran afectar a muchas personas. Fue en ese rol donde impulsó temáticas como la psicología y la pedagogía crítica, así como los estudios de género, haciendo que estas narrativas abrieran espacios para que estudiantes y maestros cuestionaran, imaginaran y construyeran nuevas formas de aprender y convivir.

Durante su tiempo como vicerrector, apostó por construir una universidad en la que todas las voces fueran escuchadas. Sabía que cada carrera ofrece una forma distinta de comprender el mundo, por lo que propuso mirar desde la perspectiva de cualquier lasallista que forma parte de esta diversidad académica. Esto lo llevó a fortalecer vínculos y promover una formación integral que no solo respondiera a las exigencias académicas, sino también a los retos sociales; es decir, una universidad conectada con su entorno, con las causas y con las personas. Al mismo tiempo, buscó revalorizar el papel de los docentes y comprender a las juventudes como nuevas formas de habitar el mundo.

Durante estos nueve años, buscó construir una relación cercana y honesta con todos los sectores de la Universidad. Siempre dispuesto a escuchar, preguntar y cuestionar lo establecido, si eso beneficiaba a la comunidad. Porque pensar en él es pensar en esa palabra: “cuestionar”. No por dudar, sino por buscar respuestas que vayan más allá de lo simple y que permitan imaginar una Universidad mejor, más justa y coherente con los tiempos que vivimos.

De todo lo que se lleva, hay algo que ocupa un lugar especial en su corazón: la comunidad. La Salle Pachuca, para él, está hecha de personas para acompañar a personas. Por eso, lo que más extrañará será ese ambiente cotidiano que le permitió construir grandes amistades. Se lleva colegas, amigos, estudiantes y personas entrañables que lo marcaron, porque, aunque las despedidas parecen finales, él sabe que en realidad son transiciones. Se lleva todo lo vivido como un regalo, sabiendo que esas relaciones no se borran, se transforman.

Cuando se le pregunta por su mayor logro como vicerrector, no habla de méritos individuales. Habla de haber contribuido a que la academia sea reconocida, de fortalecer una formación de alta exigencia que abre oportunidades reales a los egresados, de tejer convenios con organizaciones de alto impacto. Más que resultados, se queda con el proceso de poder ser parte de la evolución de una universidad que se atreve a vincularse con lo lejano, difícil e inimaginable.

Hablar de legado no es solo pensar en lo que uno deja, sino en cómo crecieron, cambiaron y se transformaron quienes estuvieron cerca. El verdadero legado vive en las personas. Por eso, su mayor deseo es que quienes compartieron camino con él lo recuerden por la claridad de sus convicciones, la coherencia de sus valores y, sobre todo, con cariño.

Cierra este capítulo desde el lasallismo, sabiendo que todo ciclo termina, pero la obra continúa, sostenida por algo más grande que un nombre o un cargo: una causa colectiva. La Salle Pachuca es eso para él, una comunidad viva de la que se enorgullece de haber formado parte.

Su mirada crítica, su impulso constante por cuestionar y su deseo de construir quedarán por siempre en los espacios que lo vieron formarse. Aunque este ciclo se cierra, lo vivido se transforma en un mapa para lo que viene, con gratitud, claridad y una visión del mundo que lo seguirá guiando.

Desea que La Salle siga siendo una universidad que transforma, que sueña y que impacta. Que la creatividad siga siendo el motor de esta gran obra, y agradece profundamente haber compartido camino con personas que creen en la transformación y que hacen de esta institución algo verdaderamente vivo.

Las buenas despedidas no son un adiós, sino una forma distinta de permanecer. Gracias, Juan.

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